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Recuerdo que cuando yo tenía cuatro o cinco años, un día que estaba sentado al fresco de la puerta del salón, mi hermano me dijo que sólo podía considerarse hombre de bien al hijo que fuera capaz de cortarse un trozo de carne, cocerla y dársela de comer a sus padres si éstos caían enfermos; en aquella ocasión mi madre no lo contradijo.
Hace varias semanas que leí este pequeño diario y sigo pensando en él, sigo sin poder superarlo.
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