Okay, okay. Hice trampa. Mezclé los prompts de un Sextember con otro. Y tampoco es un escrito corto ¯\_(ツ)_/¯ Pero fueron 30 páginas en Word que amé mucho. Así que espero que los disfruten mucho.
Este texto transcurre en una línea que mi cabecita loca creó de “Unitana”, cómic de mi amiga, Olindart, a quien le agradezco su permiso para jugar con sus niños y el precioso arte que acompaña esta pieza. Si quieren conocer la historia de cómo, según yo, este par se enamora, se aman y se casan, díganme y se los comparto :)
Como fanfic, nada de esto es canon. Lean el material original para conocer a los personajes mejor. Sin más que agregar, aquí les dejo el escrito “Shibari”.
La vida de Primera Dama de
Newsport era una que Deltomi T. Toden nunca había pensado para sí misma. Antes
de todo el embrollo de Unitana, la serpiente, Guts y los líderes de los bandos,
Tomi sólo planeaba los horarios en que trabajaría para desocuparse a tiempo y
ponerse al corriente con las series de televisión que seguía. Antes de todo,
ella había sido una chica sencilla. Pero las cosas habían cambiado. El día en
que se descubrió que Guts era el último puerco en el país, el mundo de Tomi se
puso patas arriba.
Primero, Holo Uni, Mate
Tana y Ecua se aparecieron en su puerta para reclamar la custodia del cerdo.
Luego apareció Unitana, el poderoso ente del amor, nombrando a Tomi “su voz”.
Después Ecua se enamoró perdidamente de la chica y llegaron los regalos, las
serenatas, las escandalosas propuestas de noviazgo y de matrimonio… Ah, sí, y también
había estado la cuestión de la serpiente, que predaba a Tomi, Guts y Unitana
mientras seguía envenenando ganado.
—¿Estás lista, cariño?
—preguntó Ecua a su esposa, dándole un beso por detrás de la oreja y sacándola
de sus pensamientos.
Tomi sonrió, olvidándose de
todos los enredos que les causaron desventuras, pero por los cuales terminaron
así, casados y felices. ¡Había pasado un año ya!
—Sólo te esperaba a ti
—respondió Tomi, girándose para encarar a su esposo.
Ecua acababa de salir de
darse un baño y, aunque sólo estuviera usando los pantalones amarillos de su pijama,
lucía más limpio y pulcro de lo que las televisoras nacionales lo habían
transmitido ese mismo día, dando su reporte de Gobierno y, de pasada,
recordándoles a todo los entregados, sacrificados y neutrales que aquel día se
conmemoraba su primer aniversario de bodas con su mazorca acaramelada. Había
sido un día ajetreado y, aunque una verdadera fiesta de aniversario era justa y
necesaria, a la mañana siguiente el presidente tenía una importante reunión con
líderes de países vecinos, y era necesario que fuera puntual. De hecho, Tomi
había accedido a acompañar a su esposo, siempre dispuesta a aprender más de lo
que él hacía y lista para ser su apoyo moral ante el estrés de las cosas que se
pudieran discutir. Todavía había mucho que reparar luego de los ataques de
Amadeus en su guerra contra Unitana…
Por eso, por más que Ecua
hubiera deseado darle a su esposa una cena de lujo y organizar un baile en
honor de su matrimonio de un año, ambos llegaron a la conclusión que lo mejor
era posponer la fiesta y disfrutar la noche juntos.
—Luces hermosa, Tomi —se
sonrojó Ecua, haciendo que ella sintiera que había logrado su cometido.
Para la ocasión, Tomi había
decidido conseguir un nuevo conjunto de lencería. Seguía sin considerar que esa
clase de cosas fueran muy necesarias en la cama, pero a Ecua lo entusiasmaba
mucho que ella usara ropas amarillas, y, bueno, realmente no era difícil
encontrar ropa linda en ese color, estando en territorio Real Neutral. Luego de
dedicarle unos momentos de su día a la búsqueda, Tomi había dado con el
conjunto adecuado, con encajes amarillos y delicados detalles en negro que, a
su ver, le otorgaban un aire muy elegante a su elección. Además, el bralette era muy suave y cómodo; ella
podría usarlo cada que quisiera, y Ecua podría disfrutar acariciarle los pechos
y pezones a través de su suave algodón cuando la oportunidad se prestara.
Con el corazón bombeándole
a mil por hora, Tomi estiró el cuello, intentando acortar la distancia entre
sus labios y los de su alto marido. Además de haber salido en la cacería por su
lencería nueva, la mujer también había acudido al salón para ser maquillada. Ni
ella ni Ecua le daban mucha importancia al maquillaje y rubores de la Primera
Dama, pero Tomi era consciente que, a veces, era necesario que una usara rímel
y lápiz labial. Y, si esa noche se iban a permitir jugar más de lo que de
costumbre, valía la pena ir presentable.
—Soy tuya, Ecua —suspiró la
mujer—. Has conmigo lo que quieras —dijo, y cerró los ojos con una sonrisa.
Ecua besó delicadamente los
labios de su esposa y colocó sus manos en los hombros de Tomi, sintiendo cómo
todo él temblaba…
Amaba a Tomi. Hacerle el
amor era una de sus actividades favoritas. Había fantaseado durante tanto
tiempo poder amar a una dama, hacer una vida con ella y sentirse acompañado
luego de sus largas jornadas de trabajo, que poder realizar todo eso con
Deltomi seguía pareciendo un sueño. Todavía había momentos en que Ecua se
preguntaba si la serpiente no lo había mordido y asesinado, y que todo lo que
estaba pasando en su vida no era más que una alusión previa a la muerte. Todo
era demasiado bueno, demasiado perfecto, demasiado parecido a sus imaginaciones
más locas que no podía ser real…
Pero la fuerza de su
corazón bombeando dentro de su pecho y los temblores nerviosos de sus manos le
confirmaron al vaquero que no estaba soñando, que aquello era real, que en
verdad estaba ahí con Tomi, y que ella estaba presentándole su blanco y
delicado cuello, adornado con una linda gargantilla amarilla con negro. Ecua sintió
que dejaba de respirar.
El día en que decidieron
que lo mejor sería disfrutar un aniversario de boda solos, en la comodidad de
su habitación de casados, Tomi había tenido otra propuesta: ¿por qué no probar
cosas nuevas? Un año se les había ido conociéndose, acariciándose con suavidad,
besándose con delicadeza y descubriendo qué cosas hacían que el otro sintiera
que se derretía en las manos del otro. Y Tomi no quería que se malinterpretara,
porque ella en verdad disfrutaba la manera respetuosa en que Ecua la llenaba de
placer, pero ¿por qué no probar algo nuevo? Las manos de Ecua eran una de las
cosas que ella más disfrutaba, tan grandes y fuertes, tan cariñosas con ella y
tan buenas empuñando una varita de cuerno de unicornio para usar su magia y
proteger a las personas que al presidente más le importaban. Y, siendo
honestos, Tomi se moría por sentirlas sobre ella todo el tiempo, pero también
quería experimentar su faceta más ruda: ¿qué se sentiría si él la nalgueaba?
¿Qué tan erótica sería la sensación de sentir a su marido asfixiarla con
cuidado mientras la penetraba, permitiendo que respirara sólo poco antes de
sentir que se le acababa el aire, en medio de tanto placer? Tomi de verdad
quería saber.
Y Ecua… Bueno, él existía
para hacer feliz a su mujer, a su chica ideal. A pesar de ser el presidente de
toda la nación, primero se consideraba el esposo de Deltomi. Y lo que ella
dijera, hiciera o necesitara era prioridad para el vaquero. Así que si ella
quería que la nalgueara, que la asfixiara, que la penetrara con rudeza y que
tuvieran que tener mucho cuidado para no lastimarla mientras se amaban, él
estaba dispuesto a intentarlo.
Él estaba dispuesto a
probarlo.
Él debía de estar
dispuesto.
Él quería hacer todo lo que
ella quisiera hacer.
Él…
—No puedo, Tomi.
Ella abrió los ojos y vio
que los azules de Ecua estaban acuosos, temblorosos y llenos de miedo. Cuando
ella sintió la manera en que las manos de él la acariciaban de manera nerviosa,
en ningún momento imaginó que Ecua estuviera al borde de las lágrimas.
—No puedo, Tomi —repitió
él.
De verdad no podía. ¿Cómo
podía él, el hombre que más la amaba, el que la seguiría a cualquier rincón del
universo, el que la buscaría debajo de todas las piedras y en cada esquina del
planeta en caso de necesitarlo, hacer algo como aquello? A pesar de contar con
el consentimiento de la dama, Ecua se sentía como la peor escoria de todas
imaginando lo que sería cerrarle las manos en torno al cuello. Ni siquiera
delante de criminales o de Holo Uni y de Mate Tana, él era capaz de algo así.
—Perdóname, mi amor —pidió
Ecua mientras las primeras lágrimas escapaban de sus ojos.
Entonces fue el turno de
Tomi de escandalizarse. Ella no había planeado para nada que su propuesta
pusiera así de mal a su marido. Ni siquiera cuando la dijo, delante de él y
viendo detenidamente cualquier reacción que Ecua pudiera tener ante sus ideas,
había notado que lo preocuparía tanto.
—¡Ecua, no, tranquilo!
—exclamó ella, sujetándolo de los hombros—. Todo está bien. No lo haremos así
si no quieres. Está bien, de verdad. No hay nada que perdonar.
Pero Ecua ya se sentía como
un marido incumplidor. No quería lastimar a su esposa, así como tampoco quería
fallarle en sus fantasías, en sus necesidades. Siempre hacían las cosas como él
las proponía, con respeto y mucho cuidado, acaramelados y en sesiones que
procuraban que ella sintiera la mayor cantidad de placer posible. Pero, ¿y si
no era así como Tomi quería las cosas? ¿Que tal si por todo ese año, Tomi había
recibido el amor de Ecua de maneras en que no la satisfacían al cien, con tal
de verlo feliz a él? ¿Y si él en verdad era un marido incumplido y ella se
había estado sacrificando y entregando por completo, sin recibir nada a cambio?
¡Unitana!, Ecua odiaría saber que Tomi se entregaba y sacrificaba por él…
—¡Ecua, Ecua! —se preocupó
Tomi. No podía leer mentes, pero conocía lo suficiente a su esposo como para
saber que su acelerada imaginación le estaba presentando mil escenarios
negativos. Uno peor que el anterior.
El presidente se calmó al
sentir las manos de su esposa acunarle el rostro. Como cuando se tenían que
usar anteojeras para prevenir que los caballos se pusieran nerviosos y para ayudarlos
a que sólo se concentraran en lo que tenían por delante, las manos de Tomi
fueron el ancla que previno que la mente de Ecua se perdiera en el mar de sus
miedos y ansiedades.
—Está bien, mi amor. Todo
está bien —aseguró la Primera Dama—. Todo está bien.
Ecua sintió que su
respiración se acompasaba. Tomi no lucía molesta ni decepcionada. Sí
preocupada, pero no resentida por que él se negó a lastimarla en medio de su
noche especial.
—Podemos hacer otra cosa
—aseguró Tomi, recuperando una sonrisita—. La noche es joven y se nos pueden
ocurrir mil cosas.
—Pero tú querías…
—Quiero lo que sea que nos
haga felices a los dos —la sonrisa de ella decía que hablaba con la verdad.
Ecua bajó la mirada,
avergonzado. Cuando estaba con Tomi era difícil controlar sus emociones. A
veces, podía ser romántico; otras, podía ser un verdadero bochorno. Qué
vergüenza que su esposa lo hubiera visto lagrimear por algo como aquello…
Los ojos de Ecua repararon
en el atuendo de Tomi, la manera en que sus delicados pechos lucían más
coquetos y traviesos gracias al bralette,
la forma en que sus bien formadas piernas de exgranjera lucían seductoras
gracias a las medias que su esposa había decidido usar…
—Es una lástima que te
pusieras tan guapa para mí y que yo…
—¿Te gusta? —interrumpió
Tomi antes de que Ecua comenzara a culparse solo de nuevo—. Lo compré hoy
mismo. ¡Y tienes que ver esto…!
Sujetando la mano de su
marido, Tomi lo condujo a la cajonera donde ella guardaba sus cosas. Ahí seguía
la bolsa de papel en la que había venido la lencería que ahora usaba.
—Es de una tienda muy
bonita en el centro. Vende cosas para señoras y tiene objetos muy interesantes
—siguió diciendo Tomi.
Cualquier cosa que ayudara
a Ecua a distraerse era buena, y, recordando las cosas que ella había visto ahí
adentro, podría idear algo lo suficiente picarón como para que los deseos de su
esposo volvieran a encenderse. Así que la mujer se puso a narrarle cómo era la
tienda; cómo, cuando uno entraba, encontraba primero lo convencional: trajes de
baños, lencería del día a día en diferentes tallas, y uno que otro accesorio,
como ligueros o refuerzos para los tirantes de los brasieres. Pero, si uno se
metía al fondo, se encontraba la sex shop,
con sus indecentes velas en forma de penes, vibradores de todos los colores del
arcoíris y formas que Tomi prefirió no pensar (era inquietante que tantos
quisieran saber cómo era meterse el miembro de un caballo. ¿Qué pensaría
Unitana al respecto?), y sus lubricantes de aromas frutales.
—¿Entraste a una sex shop? —se ruborizó Ecua. No sabía si
era necesario prevenir a su esposa, recordándole que los paparazis y tlacuaches
escritores podrían estarla siguiendo y redactando toda clase de cosas picantes
sobre ella, o si reclamarle por no haberlo llevado con ella. Una parte de él
incluso quería escandalizarse al pensar en su linda esposa en medio de tanto
material para adultos.
—Sí —evidentemente, Tomi no
le dio importancia a las cosas que Ecua estaba pensando—. ¡Y también compré
cosas! ¡Mira!
Sin pudor alguno, Tomi
comenzó a mostrarle las cremas para baño con feromonas que había comprado, así
como los perfumes de sensuales y exóticos aromas y los condones saborizados que
encontró novedosos. El rubor de Ecua estaba a su máximo nivel… Hasta que la vio
sacar un par de cuerdas, largas y de aspecto suave.
—¿Qué son esas cosas? —a
pesar de su sonrojo, Ecua, que era un vaquero y sabía qué clase de material
podía o no servir para atar ganado, se impresionó al ver que su esposa hubiera
encontrado semejantes tonterías en una tienda para adultos.
—Me hicieron recordar
nuestro noviazgo —sonrió Tomi—. Y pensé que sería lindo tener mi propio “látigo
mágico” para practicar las cosas que una vez me hiciste.
El rostro del presidente
ardió de rojo al recordar la ocasión en que, siendo novios, tuvo que atar a
Tomi luego de que ella hubiera intentado seducirlo por tercera ocasión. La
primera había sido “un favor” de parte de él, que acudió en su ayuda para
bajarle la calentura en medio de su celo; la segunda, había sido culpa de él,
que se había dejado llegar a la regadera y pasar la tarde con ella, remojados
los dos y abrazados. Pero, ese tiempo, se suponía que habían hecho una promesa
ante la iglesia y Trazer, el hermano mayor de la muchacha y único miembro de la
familia Toden que podía darles su bendición, de llegar lo más puros al altar.
Dos veces estaba bien, pero una tercera era inaceptable. Y cuando Ecua
descubrió que su novia se había colado a su habitación para pasar la noche con
él, el líder de los Reales Neutrales tuvo que desenfundar su látigo mágico para
sujetarla de brazos y piernas e inmovilizarla, salvando así la castidad de los
dos. Claro, sus manos de hombre habían terminado por encontrar su camino entre
las piernas y curvas de Tomi, pero ¡no habían hecho nada esa noche! Él la había
devuelto intacta a Trazer.
Al parecer, Tomi no había
olvidado lo divertido que toda la situación resultó para ella.
Y entonces, Ecua llegó a
una conclusión:
—Amor… ¿y si me amarras?
* * *
Tomi sintió que olvidaba
cómo respirar cuando escuchó las palabras de su esposo. Pero si bien ella nunca
había siquiera pensando en esa opción, ahora que se la presentaban, no sonaba
para nada mal. Ecua era un hombre hermoso y gigantesco, bendecido por la magia
de Unitana, que se desvivía por hacerla feliz. Era difícil imaginarse a sí
misma dominándolo, siendo la que tenía el control, pero sólo era “difícil” de
imaginar porque ella no se lo había permitido antes. Si lo consideraba bien, muchas
veces era ella quien había llevado el control. Una vez que las cosas entre los
dos se asentaron y ella permitió que el hombre la cortejara como había querido
desde la primera noche en que la vio encarar a Holo Uni y Mate Tana, Tomi había
sido quien le había puesto límites y libertades. Y cuando Ecua comenzó a
respetarlas, Tomi comenzó a disfrutar su cortejo. Apenas el hombre comprendió
los intereses y preferencias de la chica, ella dejó de temerle y empezó a
esperar con ansías sus serenatas, sus atentas invitaciones, sus cajas de
chocolates y sus arreglos florales. Si podían llevar eso a la cama, Tomi sentía
que tendría el mejor orgasmo de su vida de casada.
Por eso decidió que lo
probaría. Ataría a Ecua a la cama y, por una noche, ella llevaría la batuta de
la relación sexual.
Ecua lucía adorable sentado
en la orilla de la cama, esperando pacientemente a que Tomi terminara de
maniatarlo. Ella no era una experta de los nudos y amarres como él, pero Trazer
le había enseñado lo suficiente como para que ningún chivo loco se escapara de
los corrales, y la joven esperaba que lo que estaba haciendo por mantener las
muñecas de su marido unidas fuera suficiente para inmovilizarlo, pero no para
lastimarlo. También le había atado los tobillos, pero de una manera más
holgada, y sólo porque Ecua lucía lindo, indefenso y a su merced.
—Podemos detenerlos cuando
quieras —ofreció Tomi, sonrosada.
—Sí, sí —la sonrisa de Ecua
era amplia y enamorada, un poco bobalicona, pero adorable por su entusiasmo.
Tomi le había vendado los ojos con uno de los pañuelos de satín que habían
envuelto la lencería que había comprado, y también le había puesto una
gargantilla marrón que compró para sí misma. ¿Por qué? Por el simple placer de
verlo luciéndola. Con tantas atenciones de su esposa, Ecua se sentía atractivo
(a pesar de que no pudiera verse) y listo para prestarle su cuerpo por la noche
entera.
Al terminar su amarre y
comprobar que no estaba ajustado de manera dolorosa, Tomi contempló su trabajo.
El cuerpo de su marido, esculpido y bendecido por la magia del alicornio
Unitana, lucía muy apetitoso. El rubor travieso y emocionado de Ecua hacía que
el hombretón fuera tan adorable como un pastelillo. Enmarcando el rostro de su
amado, Tomi le plantó un besó en los labios, para luego sujetarle el labio
inferior con cuidado entre sus dientes, sintiendo que Ecua se estremecía por la
“rudeza” del acto.
—Gracias por esto, Ecua.
Antes de que él pudiera
responderle, las manos de Tomi sobre sus hombros lo invitaron acostarse sobre
la cama. Todavía hacía falta retenerle las manos por encima de su cabeza,
sujetas a la cabecera de la cama.
—Te amo, Tomi —fue todo lo
que el cerebro de Ecua fue capaz de decir al momento en que el hombre sintió
que su cuerpo se tensaba con el amarre con el que su esposa terminaba de
inmovilizarlo. Todo él comenzó a temblar, a la expectativa. No tenía manera de
saber qué era lo que Tomi planeaba hacerle y eso era emocionante a un grado que
Ecua no pensó que lo entusiasmaría.
La mano izquierda de Tomi
acunó con cariño una de las mejillas del hombre. Todavía no empezaban y él ya
temblaba, sonreía, se ruborizaba y comenzaba a endurecerse. A pesar de haber
compartido un año de sus vidas, Tomi continuaba sorprendiéndose de lo mucho que
él era feliz a su lado. Bastaban unas caricias o unas palabras acarameladas de
su parte para que Ecua estuviera dispuesto a arrancarse los pantalones, o
incluso a darle un mejor trato de los representantes de los territorios
Entregados y Sacrificados. ¿Quién necesitaba bendiciones de plumas sagradas y
colores mágicos cuando se podía tener el poder del amor de su lado? Y el que
ellos dos se profesaban era verdadero.
Y Tomi tampoco se podía
creer su suerte. Siempre pensó que el flechazo de Ecua por ella sería temporal,
algo que se iría cuando la serpiente Amadeus fuera derrotada y el presidente
tuviera que volver a centrarse en otras cosas que no fuera colaborar con Holo
Uni, Mate Tana y los Toden. Pero no había sido así. Ecua en verdad la amaba.
Con picardía y amor, Tomi
dejó que su mano derecha recorriera el cuerpo de su marido, mientras que la
izquierda no abandonó en ningún momento su atractivo rostro.
—Ah —gimió Ecua,
ultrasensible al sentirse privado de la vista y movimiento, y sintiendo las
delicadas puntas de los dedos de su esposa juguetear entre sus pectorales y
abdomen.
—Yo también te amo, Ecua
—comenzó a decir Tomi. Lo conocía y sabía lo mucho que lo encendía que ella
dijera cosas así. Podía ser muy tierna, o podía ser una verdadera villana y llevarlo
al límite en el que tenía que deshacerse de sus juntas y pendientes para tener
una escapada con ella al cuarto de baño de la residencia presidencial—. Me
encanta ser tu esposa. Este ha sido el mejor año de mi vida.
La amplia sonrisa de Ecua
parecía querer decirle lo mismo… Pero él no fue capaz de articular palabra
alguna cuando ella comenzó a trazar el contorno de sus testículos con las yemas
de los dedos, la longitud de su bendito pene de macho.
—Te amo mucho, Ecua —siguió
diciéndole Tomi—. Amo las cosas que haces por mí, por Trazer, por Guts, por
todos. Eres el mejor marido de todos.
—T-Tomi —balbuceó Ecua,
sintiendo que los dedos de la mano izquierda de su esposa le acariciaban los
labios mientras que los de la derecha comenzaban a aventurarse a hacerle
cosquillas entre las piernas.
—Y cada día te amo más.
Imagina un año más. Y luego otro más. Unos cincuenta años a tu lado serían
hermosos, y nunca serían suficientes. Quizás cien. O doscientos.
Ecua comenzó a temblar más
abiertamente y de sus labios escaparon los primeros jadeos. Detrás de sus ojos
vendados, él comenzaba ya a fantasear con doscientos años de vida al lado de su
Tomi. Los viajes que harían, los hijos que tendrían, los caballos que guardarían
en sus caballerizas amarillas, las fiestas nacionales que pasarían juntos.
Noches enteras en los brazos del otro y días completos disfrutando la compañía
de su pareja. A Ecua le agradaban esas bonitas imágenes mentales. Y no eran
imposibles, si se permitía pensarlas, porque, en su momento, estar con Tomi
había sido un sueño que se veía muy difícil de realizar.
Tomi se divertía en ver
cómo semejante mastodonte de dos metros y centímetros de estatura se estaba
convirtiendo en gelatina en sus manos. ¡Y eso que apenas había comenzado a
tocarlo! Tenía en mente un montón de cosas que probar con él. Sin dejar de
acariciarlo su entrepierna con cuidado, la colocó sus labios sobre el pectoral
izquierdo del hombre, un poco por debajo de la clavícula… Y succionó, planeando
dejar un visible chupetón.
—¡Tomi! —gimoteó Ecua.
—¡Perdón, perdón! —exclamó
ella, dejando de inmediato de succionar y mirando a su marido a su vendada
cara—. ¿Quieres detenerte?
—N-No —admitió Ecua—. Es
sólo que… eso no me lo esperaba.
Una sonrisita curvó los
labios de la dama. Claro que no se lo esperaba. Ella solía ser dulce y tierna
para él, permitiendo que la abrazara con cuidado y siempre la penetrara en
posiciones que la delataran a ella como sumida. Pero hoy iba a dominarlo. Hoy
iba a jugar conforme a sus antojos más salvajes… O, bueno, aquellos que
consideraban que no iban a asustarlo de más.
—Voy a continuar, entonces.
Pero dime si quieres que me detenga.
Ecua no quería que ella
parara. Luego de su beso-chupetón a su pectoral, Tomi había comenzando a recorrer
su pecho y vientre, depositando, a veces, besitos a su paso, y otras, ligeras
mordidas que le despertaban la piel.
Gemidos mezclados con chillidos
se le escaparon a Ecua cuando sintió la boca de Tomi deslizarse por su pierna
izquierda, dibujando su contorno y probando con sus dientes su musculatura.
Vendado, él no podía ver si ella estaba dejando marcas en el camino que había
recorrido; pero sí que podía dibujarla en su mente, con sus labios coloreados y
ojos delineados, saboreándolo y concentrándose en el trabajo que estaba
haciendo.
—Ca-Cariño…
Tomi sonrió para sí cuando
escuchó el tartamudeo de su marido. Él solía dedicarle los nombres más
azucarados y originales. Lo que ella le estaba haciendo le estaba nublando
tanto los pensamientos que Ecua apenas si lograba recordar una o dos palabras.
Eso era todo un logro desbloqueado.
Luego de degustar el sudor
en la firme piel de las piernas de su marido, Tomi se acomodó entre éstas. Ecua
estaba muy bien cincelado, gracias a la magia de alicornio que corría por sus
venas y por su mérito propio, siempre buscando lucir elegante e imponente ante
las cámaras. Pero, si a la mujer le pedían decidir qué parte del cuerpo de su
marido prefería, ella no dudaría en responder que sus piernas. Toda esa área
era su favorita. Sus piernas eran largas y musculosas, y sus posaderas eran la
envidia de toda la región. Los pantalones de vaquero que Ecua usaba, con sus
chaparreras y botas, no hacían más que encender la imaginación de Deltomi. En
realidad, cuando era una jovencita a la que Ecua apenas comenzaba a pretender,
había sido mucho muy difícil no sucumbir a los encantos del Real Neutral… Con
sólo verlo de espaldas, la joven granjera había comenzado a considerar las
probabilidades, de cuando menos, echarse al presidente en un revolcón loco en
el establo.
Afortunadamente para ambos,
ahora estaban casados y no había nada que impidiera que Tomi disfrutara a Ecua
en toda su extensión. De manera literal.
Postrándose entre las
piernas separadas de Ecua, Tomi sujetó con cuidado el pene de éste y lo
introdujo lentamente en su boca.
—¡Muñequita…! —gritó Ecua,
estremeciéndose completamente.
De tener permitido ver, el
presidente habría podido ver la mirada encendida que su esposa le dirigió. Ella
seguía sin ser una experta en el arte del sexo oral, pero ya comprendía mejor
que era lo que a él le gustaba más, cómo y en qué momento. Antes de buscar
darse placer a sí misma con la experiencia que estaban teniendo, iba a permitir
que Ecua sintiera los cariños que le gustaban recibir.
Mientras que una mano
acunaba delicadamente los testículos del hombre y la otra acariciaba su tronco,
los labios de Tomi se entretenían besando y chupando su punta. Los gemidos de
Ecua eran música a oídos de la Primera Dama. Había tardado un poco en
comprender los deseos de su esposo, pero, con un año juntos, estaba feliz de
poder causarle las mismas cosquillas que él a ella.
—¿Se siente bien, amorcito?
—preguntó Tomi en un momento.
—Sí —sonrió Ecua, sintiendo
la urgencia de luchar contras sus amarres y usar las manos para acariciar la
cabeza de su amorosa esposa—. Se siente muy bien.
Entonces ella continuó.
Pero sus manos no se quedaron en los sitios donde las tenía, porque Tomi
decidió usar sus uñas para recorrer las caderas de su marido. Con Ecua acostado
sobre su espalda, el verdadero tesoro que Tomi quería manosear se encontraba
escondido.
—Ecua, mi amor, ¿crees que puedas
voltearte? —se animó a preguntar la mujer. Para asegurarse la cooperación
absoluta del hombre, comenzó a dibujar húmedos círculos, con la punta de la
lengua, sobre el glande del pene que saboreaba.
Ecua tuvo que abrir y
cerrar la boca unas dos veces antes de ser capaz de responder.
—E-Eso creo —dijo,
tanteando con los brazos y las muñecas el amarre con el que Tomi lo había
sujetado a la cabecera. Parecía estar lo suficientemente suelto como para
permitirle rodarse un poco…—. Pero no sé si quiero hacerlo —admitió,
permitiendo que una risita avergonzada se le escapara de los labios.
Tomi se levantó de su
lugar.
—Anda, te va a gustar —y,
para terminar de convencerlo, añadió—: Hazlo por mí, corazón.
Ecua quiso fruncir los
labios. Tenía demasiado malcriada a su mujer; al grado de que ella sabía que no
había nada que él pudiera negarle, y más si le hablaba de esa manera. Quizás
hubiera sido mejor si él la ataba de nuevo a ella…
Pero accedió. Le había dado
permiso a Tomi de hacer con él lo que quisiera, y la verdad era que lo
entusiasmaba las ideas que la mujer pudiera tener en su cabecita preciosa.
Los oscuros ojos de Tomi
brillaron cuando Ecua se volteó, exponiendo por completo su retaguardia ante
ella. Debido a su fuerte erección, el hombre no se acostó por completo, sino
que descansó el pecho sobre el colchón y mantuvo las caderas elevadas. ¡Era
justo lo que ella esperaba ver! El mejor trasero de Newport era de ella ahora.
—¿Qué…? ¿Qué quieres que
haga ahora, Tomi? —preguntó Ecua, intentando mirar por encima de su hombro a la
mujer de su vida, sólo para recordar que lo habían privado de la vista.
Por respuesta, él sintió
las manos de su esposa comenzar a acariciarle las pompis, con movimientos
circulares muy lentos.
—¿Te he dicho que eres muy
guapo, Ecua? Eres el hombre más apuesto que he visto.
Ecua se sintió orgulloso.
Él sabía que era bien parecido. Su madre se lo había dicho un millón de veces,
y sus aventuras previas a Tomi le habían confirmado que no había hembra que
pudiera escapar a sus encantos… Pero sólo las palabras de Tomi le podían
importar. Había batallado tanto para que ella le aceptara sus
cortejos, para que los ojos se le iluminaran al verlo acercarse a ella, para
que se ruborizara al recibir un beso suyo en el dorso de la mano, que recibir
esa clase de cumplidos por parte de ella eran un tesoro y una bendición enorme.
Sin importar el tiempo que pasara o los hijos que llegaran, Ecua no se iba a
cansar de escucharla decir cosas así…
—Tomi —suspiró, emocionado
y enamorado.
Y, en ese momento, la mujer
le dejó caer una sonora y sorpresiva nalgada.
El relinchido que profirió
el presidente hizo que tanto él como su esposa se quedaran congelados.
—… ¿E-Estás bien? —preguntó
Tomi unos segundos después. Quizás se había propasado con la fuerza de su nalgada.
—Sí —Ecua hundió el rostro
entre las almohadas. Sólo relinchaba cuando se espantaba muy feo o algo lo
emocionaba en demasía. Desconocía cuál había sido la causa exacta en ese
momento, pero fue suficiente para su rostro se coloreara tanto como el rojo
característico de los sacrificados.
Por si las dudas, Tomi
quitó sus manos de encima de las preciosas pompis de su marido y se preparó a
correr por una navaja o algo, en caso de requerir deshacerse de los amarres de
Ecua en un santiamén.
—¿Quieres que me detenga?
—No —la voz de Ecua temblaba
de vergüenza y de necesidad—. ¿Puedes…? ¿Puedes continuar? Te quedaste en la
parte en que me decías que soy el hombre más apuesto que has visto.
¡Ah! ¿Así que eso era lo
que el quería escuchar? Tomi podía darle más de eso, si es lo que Ecua estaba
esperando.
—Por supuesto que eres el
hombre más apuesto de todos —continuó ella, apretando entre sus manos el bien
formado trasero de su marido—. ¿Has visto tu retaguardia? Verla me enamoró,
Ecua. No tienes ni idea de lo difícil que era para mí no sucumbir a tus
encantos.
Ecua quiso rezongarle que
entonces qué fue la que la detuvo tanto de permitirle sacarla a pasear en su
caballo… cuando sintió que Tomi comenzaba a trazar el mismo recorrido en su
retaguardia que, minutos atrás, había hecho sobre su espalda, abdomen y
piernas. Con sonorosos besos y cuidadosas mordidas, Tomi iba averiguando dónde
mero quería dejar marcas de chupetones en las nalgas de su marido.
Ecua comenzó a temblar.
¡Estaba casado con una pervertida! Tuvo que haberlo sospecho antes, cuando era
Tomi quien incitaba las caricias sexuales y le narraba explícitamente las cosas
que quería que le hiciera, aun siendo novios… Pero no estaba nada mal. Él era
un muchacho chapado a la antigua, con ideas pasadas de moda y una educación muy
tradicional. Disfrutaba las posiciones “de misionero” que adoptaba para amar a
su Tomi, pero adoraba las “de vaquero” que ella le terminaba logrando, para
verla montarlo y descubrir hasta donde podían llegar en su placer.
Y si Tomi quería continuar
con sesiones como esas, con él sin otro escape que quedar a su merced y
oyéndola habla y saborearlo, Ecua estaba feliz de repetirlo.
Una nueva nalgada, dada
después de un marcado chupetazo, hizo que Ecua jadeara.
—Voy a dejarte lleno de mis
marcas, amor —amenazó Tomi, apreciando el lindo contraste de la suave herida
que había causado con su boca sobre la piel de Ecua. Como si pidiera una
disculpa, la mujer dibujó el contorno del chupetón con la punta de su lengua—.
Que todo mundo sepa que amo a mi esposo y lo disfruto cada noche.
—No todas las noches
—objetó él, con una sonrisa.
—Es cierto —suspiró Tomi—.
Tenemos que cambiar eso.
Ecua estaba a punto de
proponer una opción cuando sintió que perdía el habla: pasando su mano por
entre las piernas de Ecua, Tomi encontró su endurecido pene y comenzó a
masturbarlo, mientras ella seguía plantando besos sobre las pompis de su marido
y marcándolo con sus dientes.
Tomi disfrutaba sentir la
manera en que enloquecía a Ecua con sus manos y labios. Él ya antes había
tenido su momento de brillar y lo había hecho, entonando canciones en las
masivas serenatas que le llevaba a la granja y que tanto fastidiaban a Trazer,
o enterrando su rostro entre sus piernas para darle orgasmos usando sólo su
lengua. Era agradable tener ella las riendas en la mano.
—¿Quieres terminar aquí,
Ecua? —preguntó delicadamente ella, sintiendo la manera en el que miembro de su
marido estaba hinchado y comenzaba a temblar con expectativa—. ¿O quieres que
haga algo más por ti?
La boca de él se abrió y
cerró varias veces. Estaba tan consumido por el placer ciego que su esposa le
estaba dando, así como sus atenciones, que resultaba muy difícil formular
pensamientos. Cuando al fin lo logró, fue algo que tomó desprevenida a su
mujer:
—En ti, Tomi. En ti.
Ella sintió que se ruborizaba
por completo, como si no hubieran estado haciendo lo que hacían y Ecua acabara
de proponer la mayor y más hermosa indecencia de todas. En todo el año que
llevaban casados, en todos los meses de su relación de noviazgo, Ecua jamás
había intentado terminar dentro de ella. En realidad, era muy reservado en
dónde terminaban o no sus espermas. Pocas veces permitía que ella los recibiera
en los pechos en los labios, y jamás había permitido que los acogiera en su
cálida vagina. Cuando se casaron, ella estaba preparada mentalmente para que él
le dijera que tendrían ocho hijos y que hasta adoptarían un caballo para cada
miembro de la familia… Pero no fue así. Ecua tenía otras ideas en la cabeza:
primero quería disfrutarla a ella, conocerla a fondo como su esposa y
permitirle que se siguiera desarrollando profesionalmente, ahora que su
matrimonio le abría las puertas a una mejor educación, a una preparación más
amplia para la vida. Él quería viajar con ella y presentarle todas las cosas
que había más allá del Área 5. Ecua también necesitaba tiempo para centrarse en
su rol presidencial. No todos los votantes estaban satisfechos con su
nombramiento, pero él era el mágico adecuado para reparar los estragos que
había causado la serpiente Amadeus al país. Una familia requería tiempo y
esfuerzo que Ecua, de momento, no se sentía listo para darle. Y Tomi entendió.
Sobre los hombros de su marido se cargaban responsabilidades muchísimo más
importantes de las que Trazer le había impuesto a ella con la granja.
—Ecua… —murmuró,
conmocionada.
—O no en ti —respondió él,
ruborizado—. Pero sí en ti.
Ella asintió. Iban a tener
que platicar muy bien, si Ecua sentía que había llegado el momento de tratar de
tener una familia, porque, precisamente, Tomi estaba deseando preguntarle
cuándo podría darle un hijo, un varoncito precioso muy parecido a él, con mechones
del loco cabello de ella; o una bebita de piel rosadita y cabello de oro.
Pero esa plática quedaría
para después. De momento, había que terminar lo que estaban haciendo.
—Vuelve a rodarte para mí,
amor —pidió Tomi.
Ecua obedeció sin chistar.
Sentir la espalda descansar era reconfortante, aunque sus pompis ligeramente
abusadas resintieron la suavidad de las sábanas de la cama presidencial.
Tomi tampoco se demoró,
deshaciéndose de las pantaletas amarillas con negro de su conjunto de lencería.
Estaban húmedas en su centro, delatando lo mucho que ella había disfrutado
acariciar a su esposo. Ni siquiera se había detenido a tocarse a sí misma y ya
se sentía lista para recibirlo a él.
Con cuidado de no
lastimarlo, Tomi se sentó sobre él, con las piernas a cada uno de los lados de
Ecua. Con dedos resueltos, la mujer descorrió el nudo que unía las muñecas
maniatadas de su marido a la cuerda que lo apresaba contra la cabecera de la
cama.
—Terminemos juntos, mi amor
—propuso ella.
Como el experto en la
materia que era, Ecua no tardó ni un segundo en sentir a su esposa y hallar la
entrada al templo que, para él, era su cuerpo.
Tomi apretó los labios.
Ecua no dejaba de impresionarla. Era enorme, pero cuidadoso; era poderoso, pero
delicado; tenía el pene más duro de todos y el más terso también. Unitana sí
que la había bendecido con un buen marido.
—¿Recuerdas nuestra primera
vez juntos, Ecua? —preguntó Tomi, llevándose las manos de su esposo contra los
labios, haciendo que éstos le rozaran los nudillos al hablar—. Te estoy
montando como esa vez, mi amor.
Ecua tuvo que echar la
cabeza hacia atrás. Tomi era quien marcaba el ritmo, pero estaba logrando
hundirlo hasta su fondo, caliente y acogedor.
—Sí —logró responderle—. Lo
recuerdo.
La primera noche que
durmieron juntos, ella estaba en celo. Él reclamó su virginidad y le dio su
primer orgasmo. Pero una sola vez no había bastado para la chica, y, por más
que él se sintiera agotado después de haberla amado con todo y su lengua, Ecua
estuvo dispuesto a hacerlo de nuevo. Tumbado sobre la cama de Tomi, le había
propuesto que lo montara hasta alcanzar su final. Y eso había hecho ella. Sentada
sobre él y con sus manitas sobre sus pectorales, Tomi había terminado de sanar
su celo con el presidente.
En ese momento, él no había
sido más que un pretendiente ignorado, un tonto con suerte que, por azares del
destino, había llegado a socorrer a la damita en su momento de necesidad. En
ningún momento pensó que ella en verdad lo recibiría en su cama, en su
habitación; pero así fue, y él la vio tocándose mientras la penetraba, la
escuchó llamándolo mientras se corrían en las manos del otro, y él supo que la
amaba, aunque ella nunca fuera a aceptar ser su novia.
Pero Tomi aceptó. Cuando él
volvió, con flores en mano y una banda de varios hombres para darle su
serenata, Tomi aceptó. Claro, fue poco después de que él admitiera a los cuatro
vientos que habían tenido relaciones y que él no había podido dejar de pensar
en ella desde entonces, haciendo que Trazer le diera una tremenda regañiza a la
futura Primera Dama. Pero Tomi aceptó. Y al noviazgo le llegó el matrimonio. Y
al matrimonio le llegarían hijos, nietos y bisnietos en su momento. En ningún
momento, desde que la vio y supo que ella era su chica ideal, Ecua dudó que
podrían ser felices si se lo permitían.
—Tomi —jadeó él—. ¡Tomi, te
amo!
La mujer sintió la presión
crecer dentro de ella. Su esposo estaba a punto de terminar. Pronto tendrían
que cambiar sus tácticas y saber si era momento de tener hijos y olvidarse del
uso de pastillas anticonceptivas, o si debían de volver a los condones, pero
ese no era el momento de negarle a Ecua su liberación.
En un movimiento veloz, el
de una verdadera conocedora del cuerpo de Ecua y sus reacciones, Tomi se lo
sacó, haciendo que su esposo tuviera que frotar sólo la punta de su cabeza
contra la entrada caliente de sus labios vaginales. El calor sería el
suficiente para que Ecua se estimulara y terminara. Ella lo sabía.
Pero antes de acabar, Tomi
quería tenerlo una última vez. Calculando con su mente febril dónde podrían las
camisas de su marido prevenir que se viera lo que ella iba a hacer, Deltomi
plantó un feroz chupetazo debajo del cuello de Ecua.
Él gimió con fuerza
mientras recibía el amor rudo de su esposa y se vaciaba de la manera más dulce
contra sus empapados labios vaginales.
Debajo de ella, Tomi sintió
que su marido se relajaba, pero que su corazón no dejaba de latir con fuerza.
Había sido una noche intensa.
—Te amo, Ecua —suspiró
ella, reincorporándose—. Gracias por ser el mejor marido de todos.
Su esposo no respondió, limitándose
a temblar debajo de ella.
Tomi decidió que era
momento de liberarlo, e iba a iniciar haciéndolo por los ojos, para que viera
cómo la había puesto él y cómo ella lo había dejado, lleno de moretoncitos y
rasguños de amor.
Pero cuando Tomi le quitó la
venda de satín negro del rostro a Ecua, descubrió los conmocionados ojos de su
marido, azules como zafiros y acuosos como los mares.
Ecua estaba al borde de las
lágrimas.
—¡Caray, no! —exclamó Tomi,
espantada. ¿Qué había hecho mal? Ecua había estado aceptando todas las cosas
que ella decía y le hacía. No le había pedido que pararan, ¿o sí? ¿Había pedido
que se detuvieran y ella no lo había escuchado? ¿Acaso su marido se sintió
obligado a permitir que ella llegara hasta el final, sin importar que él estuviera
incómodo, para dejar de sentirse como un esposo “incumplido”? A lo mejor se
propasó con ese último chupetón. Lo había dado en medio de un orgasmo, ¿eso lo
había vuelto más intenso? ¿Las pompis de Ecua seguirían adoloridas después de
las nalgadas que ella le dio? Tomi pensó que no habían sido duras, aunque sí
sonoras. Pero podía estar en un error—. ¿Estás bien, amor mío?
Las pupilas azules de Ecua
temblaron y sus lágrimas comenzaron a correr libremente.
—¡Ecua, perdóname! —chilló
Tomi, alarmada—. ¡No quería lastimarte! —sintiendo el pánico apoderarse de
ella, Tomi se apresuró a deshacer el nudo que lo mantenía maniatado—. Dime qué
hice mal, para no repetirlo…
—¡Tomi! —exclamó Ecua en el
instante en que sintió que sus manos se liberaban, usándolas para acunar el
rostro de la mujer entre ellas y plantándole un apasionado beso en los labios—.
¡Fue grandioso! ¡Cásate conmigo, por favor!
Tomi rio entre los besos
que su esposo le iba dando por toda la cara.
—Pero si ya estamos
casados.
—¡Casémonos una segunda
vez! —propuso él.
Tomi continuó riendo,
sintiendo que se vencía ante los cariños de su marido, permitiéndose acostar
junto a él en la cama. Ecua no tardó en sujetarla entre sus brazos, comenzando
a sentir que la euforia del momento pasaba y que el cansancio se iba apoderando
de él. Había sido un día largo y una noche maravillosa. Su cuerpo le pedía un
poco de descanso y él estaba feliz de poder hacerlo en compañía de Deltomi.
—Hizo falta una fiesta —dijo
el presidente, repartiendo los últimos besos en el cabello tricolor de su
esposa—, pero feliz aniversario de bodas, mazorca acaramelada.
—Feliz aniversario —respondió
ella, acurrucándose entre los musculosos brazos del hombre y las mullidas
almohadas—. El primero de muchos —bostezó.
Ecua sintió que su esposa se
iba durmiendo en sus brazos. El día de mañana se darían un baño juntos y se
alistarían para la reunión que tendrían. Se verían hermosos ante las cámaras,
como siempre, la pareja más importante, poderosa y amorosa de todo Newport. Después
de cualquier cosa que los otros líderes y dirigentes tuvieran que decir, que proponer,
él se llevaría a su esposa a comer a algún restaurante de alta cocina. Quizás, después
de comer, juntos podrían ir a la tienda donde ella había comprado la bonita
lencería que había estrenado con él. Y también sería lindo hablar con ella las
posibilidades de tantear el terreno de fundar su propia familia. Él había estado
pensando en nombres para sus bebés: Deltonimo, si el primero en nacer fuera un
niño, Ecuami o Tomicua si Unitana los bendecía con una nenita.
También quería hablar con
su esposa la opción de la adopción. Después de todo, ambos estaban llenos de
amor para dar y él adoraría tener una familia numerosa, sin comprometer de más
el cuerpecito lindo de su esposa.
Sí. El día siguiente sería uno
muy interesante. Y Ecua se moría de ganas de despertar ya al lado de su esposa.
* * *
Lamentablemente para él,
Tomi se levantó muchísimo más temprano que su esposo, acostumbrada a iniciar el
día junto al canto de los gallos. Por lo que el tan ansiado baño en pareja no
se dio…
Y, lamentablemente para
ella, el chupetón que le hizo en el cuello sí fue visible, a pesar de la
camiseta de su marido. Y aunque hubiera sido posible disimularlo, Ecua no tardó
ni un instante en comentarlo delante de su padre y hermano en el desayuno, y lo
presumió delante de los medios y de la tlacuachita escritora que solía seguirlo
y con quien él platicaba muy feliz del amor que sentía por su esposa.
Pero, afortunadamente para
los dos, el resto del día transcurrió como él hubiera querido, con comidas,
compras y charlas importantes en pareja. Luego de un año de matrimonio, cosas
muy buenas, muy amorosas iban a pasarles a los dos.